18 abril 2009

Las bestias urbanas I. Reflexiones sobre la percepción zoologizada.



Introducción. Reflexiones sobre la percepción zoologizada. Observaciones desde el zoológico de Buenos Aires

El zoológico es el universo salvaje que conservan, reproducen y explotan comercialmente las grandes concentraciones urbanas, como reservorio de lo extraño domesticado. Muchos de los zoológicos tienen una misma forma estética, o al menos, están compuestos por elementos estéticos que en su genealogía reconocen similares orígenes, emergidos fundamentalmente de la cultura grecorromana, la cual constituyó los primeros zoológicos como ejercicio de contemplación mundana, y del novechento parisino, extensión del espiritu cosmopolita burgués que puede rastrearse en cada manifestación cultural de sus sectores dominantes. Extensiones lacustres habitadas por animales no enjaulados, se atraviesan sobre puentes, en su mayoría de concreto con barandas bizantinas o dóricas. Las instalaciones propiamente comerciales, que expenden bebias y alimentos, son aquellas oscuras formas, distribuidas estratégicamente , que representan aburridos tropiezos de un espacio que parece propio de los albores de la modernidad naturalista. Similar tendencia se ve alrrededor de los animales más atractivos para los visitantes, que disponen de instalaciones reformadas que transforman al animal zoológico en animal espectáculo.
El zoológico, en Buenos Aires, duerme la mayoría del año. Pero durante el receso escolar de invierno se transforma en el paseo urbano por preferencia, de los sectores populares y pequeño burgueses de la dilatada región porteña, y de algunos extranjeros. Los sectores de mayores recursos, que en gran parte habitan los barrios aledaños al zoológico, suelen evadir la ciudad y dicha costumbre, que sólo radica en la capacidad de movilizarse por el espacio de relaciones ociosas capitalistas, los lleva a las montañas del sur, para esquiar y descansar en cabañas de confort, cuando no en el exterior. Esta región barrial que circunda el zoológico es a su vez donde se encuentra la mayor concentración de parques y espacios libres de la ciudad, la zona de bosques y lagos. El final del mismo encuentra sus límites en la centenaria facultad de Derecho, de clásico estilo romano, sitio de revueltas estudiantiles devenido en fábrica de técnicos, y en el paseo de la Recoleta, que guarda en su centro al cementerio barroco donde descansan las grandes personalidades de la historia patria. Y Porfirio Diaz.
La vegetación del zoológico armoniza con el naturalismo fetichizante de las especies animales. Palmeras se levantan a los márgenes de los piletones que ofician de prqueños lagos. Araucarias, eucaliptus y sauces circundan los patiso de comida y una calecita parisina .Afuera, y a lo largo de la avenida del Libertador, florecen únicamente tipas, que en su incansable repetir acaban siendo manchas oscuras sobre los edificios. Se transforman en una galería.
Evidentemente, los que más disfrutan del zoológico son los niños. Allí se encuentra la razón de porque concurre la mayor cantidad de gente a este tipo de entretenimientos. La explosión de sentido que recorre al hombre niño en su contacto con lo extraño, y más aún si es una criatura viva que mira con la misma inocencia que el pequeño, se traduce en movimiento. Ya cuando han crecido algunos años, la tenue línea que lo separa del universo de representaciones de la mayoría de los adultos, se diluye. El animal ha pasado a ser una reliquia distante y muerta, disecada en su temple de encierro: muda. Ya no dice nada.
Además, el contacto del animal con el hombre se dispone regulado y disciplinado por la infraestructura del espacio de clausura. Por ello lo distintivo del animal suelto, tran intrascendente para unos y curiosamente llamativo para otros, gracias a su proximidad (pongamos por caso las liebres). La actitud predominante en la práctica social propia de la tarde de zoológico es, además de comer uno, darle de comer a las bestias. Este es el sistema de precios y castigos inconciente que domina la vinculación entre ambas partes del espectáculo naturalista. Lo llamativo es que una infinidad de especies diferentes, y que contienen innumerables divergencias fisiológicas y morfológicas, consuman el mismo tipo de comida, un pack de comida industrial que contiene un conjunto de derivados deliveradamente conjugados. Es algo híbrido y vulgar, masificante y seguramente empobrecedor para el gusto animal. Por las característivas del animal, hay los que son imposible alcanzar, y por ello mismo, alimentar.
Los leones descansan en el alto de un amplio montículo de tierrra, separado del tránsito, por una fosa de algo más de quince metros de altura. Los demás felinos están confinados en distantes jaulas o directamente tras gruesos vidrios, similar a una pecera de roedores. Lo mismo sucede con los grandes simios. En cambio, hay otra clase de animales que se presentan extremadamente próximos y por ello repulsivamente rechazados por algunos mientras son afanosamente rodeados por otros. Son las especies camélidas del altiplano y de oriente. Allí la sorpresa se transforma finalmente en el mécanico hábito de dar alimentos, de la propia mano o por medio de unos pequeños toboganes por donde se deslizan las galletas.
Este dispositivo de presentación se manifiesta también en las dinámicas colectivas de selección perceptiva: qué uno ve y qué uno abandona. La predisposición naturalista de una numerosa cantidad de especies diversas en un espacio estructurado con divisiones celulares observables y clasificadas, que además permite la subsistencia en un mismo espacio reducido de animales cazadores y herbívoros, presenta de por sí las características de la experiencia social: ser espectador de un mundo ordenado y jerarquizado, ejercicio de reapropiación racionalista de lo salvaje, de aquello que no es humano pero tiene vida.

LL. Julio 2005

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